“Me encanta la vulgaridad. El buen gusto es la muerte, la vulgaridad es la vida. ” [1] Estas palabras de la diseñadora inglesa de moda Mary Quant, que se hizo famosa por la invención de la minifalda y los shorts, ponen de manifiesto uno de los más importantes aspectos, aunque rara vez señalado, de la “revolución de la moda” que comenzó en los años sesenta: la vulgaridad.
Desde entonces, las modas han tendido cada vez más hacia la vulgaridad. Es una vulgaridad que pisotea el buen gusto y el decoro, pero que refleja una mentalidad contraria a todo orden y disciplina así como a toda prohibición, ya sea moral, estética o social, y que en última instancia, sugiere una completa “liberación” de las normas de comportamiento.
1. ¿La comodidad y lo práctico son criterios supremos?
La excusa para la introducción de las faldas cada vez más cortas era “ser práctico y liberador, permitiendo a las mujeres subir con facilidad a un autobús”. [2] La noción de que la comodidad, lo práctico y la libertad de movimiento deben ser los criterios únicos para escoger el vestido ha conducido a una ruptura del nivel general de sobriedad y elegancia, por no hablar de las normas de la modestia.
Así, la vestimenta informal, por ser más cómoda y práctica, se convierte cada vez más en la norma, independientemente del sexo de las personas, la edad y circunstancias. Blue Jeans y camiseta (una antigua pieza de ropa interior) se convirtieron en parte de la vestimenta común.
Aunque se pueda usar ropa menos formal en los momentos de ocio, esta ropa no debe dar la impresión de que uno abandonó su dignidad y gravedad. No se debe dar la idea de que uno está de vacaciones de los propios principios.
En el pasado, en los momentos de descanso se vestía de modo más cómodo, pero manteniendo la dignidad, que nunca se debe abandonar.
Es curioso observar que muchas empresas exigen a sus empleados que usen trajes de negocios para transmitir una imagen de seriedad y responsabilidad. Esta es la prueba de que la ropa transmite un mensaje. Puede expresar seriedad y responsabilidad, o por el contrario, inmadurez y descuido
2. Vestimenta unisex
La premisa de que el confort y lo práctico deben presidir la elección de la ropa tiene también otra consecuencia: la ropa ya no refleja la propia identidad. En otras palabras, ya no indica la posición social de una persona, la profesión, o las características más fundamentales, tales como el sexo y la edad.
Así, la indumentaria unisex, se ha generalizado: blue jeans y shorts son usados por personas de ambos sexos y de todas las generaciones. Los hombres y las mujeres, los jóvenes y los ancianos, los profesores, los solteros y casados, los estudiantes, los niños y adultos, todos se confunden al usar una misma ropa, que ya no expresa lo que son, piensan o desean.
3. El hábito no hace al monje, pero lo identifica
Se podría objetar que “el hábito no hace al monje”. El hecho de que una persona se vista con distinción y elegancia no significa necesariamente que tiene buenos principios o buen comportamiento. Del mismo modo, el hecho una persona que siempre lleva ropa informal, no necesariamente indica que tenga malos principios o una conducta reprochable. A primera vista, el argumento parece lógico y hasta obvio. Sin embargo, analizado en profundidad, no se sustenta.
Es verdad que el hábito no hace al monje. Sin embargo, es un elemento que lo identifica. Nadie negará que la pérdida de la identidad de muchas monjas y monjes, que tuvo lugar durante los últimos cincuenta años fue en gran parte debida a que abandonaron sus hábitos tradicionales, que expresaban adecuadamente el espíritu de pobreza, castidad y obediencia, así como un estilo de vida ascética adecuada para la vida consagrada. [3]
4. La necesidad de coherencia entre el vestido y las convicciones.
Habida cuenta de la unidad que existe entre nuestras tendencias, principios, convicciones y el comportamiento, la forma de vestir no puede dejar de influir en nuestra mentalidad.
El uso de un determinado tipo de ropa es una forma de comportamiento, y cuando la ropa ya no refleja adecuadamente nuestras tendencias, principios y convicciones, la propia mentalidad empieza a sufrir un cambio imperceptible para permanecer “en sintonía” con la forma con la que uno se presenta a sí mismo. Esto se debe a que la razón humana, por la fuerza de la lógica inherente a ella, naturalmente, tiende a establecer la coherencia entre el pensamiento y la conducta.
Esta norma está magníficamente resumida en la famosa frase del escritor francés Paul Bourget: “Hay que vivir como se piensa, so pena de tarde o temprano terminar pensando como se ha vivido”.
El proceso de transformación o de erosión de los principios puede ser tornado más lento o impedido, por el fervor religioso de una persona, por tendencias o ideas profundamente arraigadas, y otros factores. Sin embargo, en caso de contradicción entre la conducta ‒reflejada en la forma de vestir‒ y los principios, aunque las convicciones no sean eliminadas, el proceso de erosión, por lento que sea, se convierte en inexorable.
5. Una fe viva, una vestimenta inadecuada
Esta erosión sutil se manifiesta a menudo por una pérdida de sensibilidad con respecto a los puntos fundamentales de nuestra mentalidad. Un ejemplo sería el respeto que se debe tener por lo sagrado.
De alguna manera, las concesiones al principio de que la comodidad debe ser la única regla de vestir han terminado por dar una nota informal a las actividades más serias y sagradas. ¿Cómo se puede explicar, por ejemplo, que personas que tienen verdadera fe en la presencia real de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, y que hacen sacrificios admirables para frecuentar la adoración perpetua, sin embargo, no ven ninguna contradicción en presentarse ante el Santísimo Sacramento con pantalones cortos, como si estuvieran en un picnic?
La misma persona que aparece vestida así a la adoración perpetua nunca usaría esa ropa en público, por ejemplo, visitando a la Reina Elizabeth II. Esta contradicción muestra cómo, a pesar de que la persona ha mantenido su fe, en cierta medida la idea de la majestad del Sacramento del Altar ‒la presencia real‒ ha desaparecido de su alma.
6. Igualitarismo…
Hay una tendencia general en nuestro tiempo para establecer un igualitarismo radical en todos los niveles de la cultura y de las relaciones sociales entre los sexos, e incluso, en la tendencia igualitaria, entre hombres y animales. [4]
En el vestir, este igualitarismo se manifiesta por la proletarización creciente, el establecimiento de una moda unisex y la supresión de las diferencias entre las generaciones. El mismo traje puede ser usado por cualquier persona sin importar su posición, edad o circunstancias (por ejemplo, en un viaje, una ceremonia religiosa o civil).
El caos reina en los ámbitos de la moda de hoy. A menudo es difícil distinguir, por sus ropas los hombres de las mujeres, los padres de los niños, una ceremonia religiosa de un picnic. Cortes de cabello y peinados siguen la misma tendencia a confundir la edad y el sexo, y de romper las normas de elegancia y buen gusto.
7. …Que lleva a la infantilización
Uno de los aspectos que se destacan más en los dictados de la moda es el deseo de crear una ilusión de eterna juventud, incluso los adolescentes la perpetúan sin responsabilidad, un fenómeno que se ha llamado el “Síndrome de Peter Pan”. [5]
La moda actual muestra una tendencia a infantilizar a la gente. Un crítico de la moda brasileña se expresaba así: “Por mucho tiempo, hemos visto en las pasarelas, tanto internacionales como nacionales, el nivel de infantilización que las modas sugieren. Estilistas con más de 25 años de edad están diseñando (y usando) ropa que podría ser usada por los niños en una guardería.”
8. La modestia es esencial para la castidad
Además de la tendencia extravagante, igualitaria y la infantilización de la moda actual, es necesario considerar el atentado contra la virtud y la total falta de modestia.
El cuerpo humano tiene su belleza, y esta belleza nos atrae. Debido al desorden que el pecado original introdujo en el hombre, por el trastorno de la concupiscencia, el deleite en la contemplación de la belleza corporal, y en particular del cuerpo femenino, puede llevar a la tentación y el pecado.
Eso no quiere decir que algunas partes del cuerpo sean buenas y que se puedan mostrar, y otras son malas y que deban ser cubiertas. Tal afirmación es absurda y nunca fue parte de la doctrina de la Iglesia. Todas las partes del cuerpo son buenas, pues el cuerpo es bueno en su conjunto, ha sido creado por Dios. Sin embargo, no todas las partes del cuerpo son iguales, y algunas excitan el apetito sexual más que otras. Así, la exposición de esas partes, a través de semi-desnudos o vestidos escotados subidos de tono, o que acentúan la anatomía, representa un grave riesgo de causar excitación, especialmente en los hombres en relación con las mujeres.
Por lo tanto, la ropa debe cubrir lo que deben estar cubierto y hacer resaltar lo que se puede destacar. Cubrir el rostro de una mujer, como lo hacen los musulmanes, muestra la falta de equilibrio de una religión que no entiende la verdadera dignidad humana. La cara, que es la parte más noble del cuerpo, ya que refleja más perfectamente el alma espiritual, es precisamente la parte que sobresale más en los hábitos tradicionales de las monjas.
Así como la ropa masculina debe hacer hincapié en el aspecto viril propio del hombre, la moda femenina debe manifestar su gracia y delicadeza. Y en este sentido, el pelo más largo es un adorno natural para enmarcar la cara de una mujer.
9. Inmoralidad en la moda y la destrucción de la familia
El atuendo que no muestra el auto-respeto de una persona, como un ser inteligente y libre (y, por el bautismo, como hijo o hija de Dios y templo del Espíritu Santo), contribuye en gran medida a la actual destrucción de la familia. Esto favorece las tentaciones contra la pureza. También lo hace por su vulgaridad y por el infantilismo, que corroe la idea de la seriedad de la vida y la necesidad de la ascesis (autodisciplina), todos estos son elementos fundamentales que mantienen la cohesión familiar y su estabilidad.
La lucha por la restauración de la familia, el oponerse al aborto, a la anticoncepción y a la homosexualidad, será mucho más eficaz si se hace junto a esfuerzos para restaurar la sobriedad, la modestia y la elegancia en el vestir.
10. Vestido y Amor de Dios
El papel de la ropa no es sólo proteger el cuerpo contra los elementos, sino también para servir como adorno y símbolo de las funciones de una persona, sus características y su mentalidad. No sólo el vestido debe ser digno y decente, sino tan hermoso y elegante cuanto sea posible (lo que requiere más gusto que dinero).
Si el “camino de la belleza” nos lleva a Dios, viéndolo como la causa ejemplar de la Creación, el “camino de la fealdad” nos aleja del Creador y nos sitúa en la pendiente resbaladiza del pecado. Esa es la razón por la cual la fealdad es el símbolo del pecado y está tan bien expresada por el enunciado “feo como el pecado”.
Fuente: America Needs Fatima
[1] An interview with Mary Quant, from the Guardian, October 10 1967 http://www.guardian.co.uk/books/2005/may/14/featuresreviews.guardianreview5?INTCMP=SRCH
[2] Cf., http://www.spiritus-temporis.com/mary-quant/
[3] Afortunadamente, desde hace algún tiempo ha habido una reacción saludable contra el abandono de la vestimenta tradicional, un hecho que ha traído un aumento en el número de vocaciones. According to a recently published book, “communities of sisters whose members wear an identifiable religious habit” are the most flourishing and attract young women the most. (Book says young women attracted to orders whose members wear habits, CNS, http://www.catholicnews.com/data/briefs/cns/20090526.htm). Según un libro publicado recientemente, “las hermanas de las comunidades cuyos miembros usan un hábito religioso identificable” son las más florecientes y atraen a las mujeres más jóvenes. (Los jóvenes son atraídos por órdenes cuyos miembros visten hábitos, http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=4002)
[4] Cf. Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra‒Revolución (Puede bajar este libro gratuitamente)
[5] Cf. Dr. Dan Kiley, The Peter Pan Syndrome – Men Who Have Never Grown Up, Dodd, Mead & Company, New York, 1983. El Dr. Dan Kiley, The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up, Dodd, Mead & Company, Nueva York, 1983.
Fuente: http://www.accionfamilia.org/formacion-catolica/la-modestia-es-un-deber/