Dedicación de la Basílica de Letrán en honor del Santísimo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Juan Evangelista.
LAS DEDICACIONES EN EL SIGLO IV
En el siglo IV de nuestra era, el fin de las persecuciones le pareció al mundo un gusto anticipado de su futura entrada en la ciudad de la paz eterna. “¡Gloria al Todopoderoso, gloria al Redentor de nuestras almas!” exclama, al principio del décimo y último libro de su Historia, el contemporáneo Eusebio. Y, como testigo del triunfo, describe el admirable espectáculo que por doquier motivó la dedicación de los nuevos santuarios. De ciudad en ciudad se juntaban los obispos y se agolpaban las multitudes, y tal efecto de mutua caridad, de fe común, de alegría íntima trababa los corazones de unos pueblos con otros, que la unidad del cuerpo de Cristo parecía animada en esta multitud por el mismo soplo del Espíritu Santo.
De este modo se cumplían las antiguas profecías: ciudad viviente del Dios vivo en la que todo sexo y toda edad ensalzaba al autor de todos los bienes. ¡Entonces sí que se manifestaron augustos los ritos de la Iglesia! La perfección que en ellos desplegaban los Pontífices, el canto de la salmodia, las lecturas inspiradas, la celebración de los misterios, todo eso formaba un conjunto divino.
LA BASÍLICA DE LETRÁN
El 9 de noviembre del año 324 fué el natalicio o la Dedicación de la Basílica de Letrán. El Emperador Constantino había mandado construirla en 315. El Papa Silvestre la dedicó al Salvador, cuya imagen dada a conocer a los fieles después de los siglos de las persecuciones, les pareció a ellos una visión divina.
Los Papas fijaron su residencia en el Palacio próximo a la Basílica, la cual se convirtió en su catedral y, por eso, “en madre y cabeza de todas las iglesias de la Ciudad y del mundo”.
Dos incendios ocurridos en el siglo XIV y la incuria que se tuvo con ella mientras los Papas estuvieron en Aviñón, hicieron necesaria una reconstrucción casi total. La Basílica fué nuevamente consagrada, pero esta vez, en honor de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.
LA FIESTA DE ESTE DÍA
Si celebramos la Dedicación de nuestras iglesias particulares; si festejamos con alegría y satisfacción la de nuestras catedrales, parece justo y natural que celebremos todos los años en el mundo entero la Dedicación de “la Iglesia madre”, de la catedral del Papa.
Precisamente en ella se verifica todavía hoy la toma de posesión oficial de los Pontífices romanos; en ella, desde el siglo IV, se celebran las solemnes funciones de la bendición de los Santos Oleos en el Jueves Santo, y dos días después la bendición de la pila bautismal; en ella fueron bautizados durante siglos, millares de catecúmenos, y ordenados miles de sacerdotes que pertenecían a todas las diócesis de la cristiandad; en ella se veneró siempre y se venera también hoy la antigua imagen del Salvador. Esta misma imagen es la que miraron y veneraron millares de cristianos en el curso de sus visitas jubilares al ir a Roma en demanda del perdón de sus pecados.
Dirijamos a Cristo las aclamaciones que se leen en los mosaicos del ábside: “Te esperamos a ti, Salvador y Señor, Jesucristo. ¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo! ¡Tú eres nuestro Maestro, Cristo!”
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