«Ayer (dice el glorioso san Agustín) celebramos el nacimiento en el mundo del Rey de los mártires; y hoy celebramos el día, en que el primicerio y capitán de los mártires salió del mundo: porque era conveniente que para dar vida á los mortales, el que es inmortal primero se vistiese de carne: y que después el hombre mortal por amor de Dios inmortal menospreciase la muerte: y por esto nació el Señor para morir por el siervo, para que el siervo no temiese morir por su Señor. Nació Cristo en la tierra, para que Esteban naciese en el cielo». Esto es de san Agustín, ó como otros dicen, de san Fulgencio. La historia del martirio de san Esteban escribió el sagrado evangelista san Lucas en el libro de los Hechos apostólicos, de esta manera. Habiendo el príncipe de los sacerdotes, y muchos de la secta de los saduceos, con falso celo de su ley, y por instinto del demonio, procurado estorbar á los apóstoles que no predicasen el nombre de Jesucristo al pueblo, y azotándolos y amenazándoles, y los mismos apóstoles recibido gran gozo, por verse maltratados por su Señor; dice san Lucas, que crecía cada día y florecía mas la Iglesia de Cristo, y se multiplicaba el número de los cristianos que en aquel tiempo se llamaban discípulos: porque las obras de Dios son como la llama, que con los vientos de las persecuciones crece: y como el oro, que con el crisol y fuego se afina. Crecía la multitud de los que creían en Cristo, no solamente en número, sino también en santidad y perfección, de manera que los fieles vendían sus haciendas, y traían el precio de ellas y le arrojaban á los pies de los apóstoles, como cosa baja y soez: dando á entender, que ellos eran los que recibían beneficios en querer los apóstoles aceptarlas y servirse de ellas en utilidad de los pobres y menesterosos. Ninguno tenía cosa propia, y todos tenían las de todos; porque a cada uno se daba lo que había menester, sin acepción de personas. Teníase gran cuenta de proveer, especialmente á las viudas, como más necesitadas de consuelo y alivio. Y como ya el número de los creyentes se hubiese aumentado mucho, y los que tenían cargo de repartir las limosnas no las repartiesen con tanta igualdad; los hebreos que habían nacido en Grecia comenzaron á quejarse y á murmurar, porque no se tenía tanta cuenta en proveer á sus viudas, como á las otras de los hebreos que eran naturales de Judea: pareciéndoles que se les hacía agravio, y que se trataban desigualmente que las otras; que entre mucha gente, aunque sea santa, no es maravilla que haya alguna imperfección, murmuraciones y quejas. Luego que los sagrados apóstoles entendieron lo que pasaba, y el fundamento que había para ello, llamaron la muchedumbre de los fieles, y dijéronles que no era conveniente que ellos dejasen de dar pasto á las almas con la predicación, por dar de comer á los cuerpos y atender á cosa de menos importancia: que escogiesen siete varones (no niños, ni muy viejos, que ó no supiesen, ó no tuviesen fuerzas para hacer aquel ministerio) y personas conocidas y aprobadas, y llenas de! Espíritu santo y sabiduría, para que se ocupasen en aquel piadoso oficio: y ellos descargados de él, pudiesen con más libertad atender á la oración y á la predicación de la palabra de Dios: porque el predicador, para inflamar con su palabra á los oyentes, primero ha de ser alumbrado é inflamado de Dios en la oración, y coger en ella lo que ha de derramar á los otros. Pareció bien á la multitud lo que los santos apóstoles propusieron, y eligieron siete hombres de buena fama, y se los ofrecieron: y los apóstoles pusieron sobre ellos sus manos, ordenándolos de diáconos, para que demás de tener cuidado de repartir las limosnas, y proveer á los fieles de lo que hubiesen menester, se ocupasen también en la predicación del Evangelio y en las otras cosas que están anejas á aquel grado.
Entre estos el más principal y eminente fué san Esteban, varón (como dice el texto sagrado) lleno de fé y de Espíritu santo: el cual comenzó luego á ejercitar su oficio con tan grande vigilancia y caridad, que la hacienda de los pobres estaba muy bien en sus manos; porque no la dejaba perder por descuido, ni la repartía por afición, ni se enojaba por palabras y quejas de los que la recibían: y tratando necesariamente con mujeres y viudas, á quienes daba de comer, era tan recatado y tan honesto que todos podían aprender de él castidad y pureza. Además de esto al cuerpo y ocupábase en predicar y hacía Dios tantos milagros por él y resplandecía en su vida una gracia v fortaleza del ciclo tan rara que á todos ponía admiración. Fué esto de manera que san Clemente papa discípulo de san Pedro hablando en persona de los apóstoles que ordenaron á los siete diáconos, dice que en el amor para con Dios, no era inferior san Esteban á los mismos apóstoles. Había en Jerusalén algunas sinagogas ó escuelas, á manera de colegios, á los cuales venían de varias provincias estudiantes mozos, y de nación hebreos, para que en aquella ciudad, que era la cabeza de todo su pueblo; y donde estaba el templo de Dios y florecía el culto de su religión, aprendiesen la ley de Moisés, y las ceremonias y tradiciones con que Dios quería ser servido: porque estas eran las letras que ellos aprendían, como ahora van á las universidades los que quieren estudiar varias artes y ciencias. De cinco de estos colegios o sinagogas (que fueron la de los libertinos, la de los cirenenses, la de los alejandrinos y la de los estudiantes que habían venido de las provincias de Cilicia y Asia) salieron á disputar con san Esteban por verle tan grande letrado, y tan fervoroso, y que en la gracia y fuerza de su predicación, acompañada de tantos prodigios y milagros, hacia grandísima riza en el pueblo, y convertía a muchos á la fé de Jesucristo, á quien ellos tenían por enemigo y destruidor de su ley. Disputaron muchas veces con el santo levita, y siempre quedaron concluidos, sin saber responder á los argumentos que les traía, ni á la sabiduría y espíritu de aquel, en quien hablaba Dios. Halláronse tan afrentados y corridos, que determinaron dar la muerte, á quien con razones y argumentos no podían vencer.
Para salir con su intento, buscaron testigos falsos que le acusasen delante del sumo sacerdote, y alborotando al pueblo, y á los ancianos y escribas, echaron mano de san Esteban, y le llevaron á su ayuntamiento, calumniándole haber dicho que Jesús Nazareno había de destruir aquel lugar, y mudar las tradiciones que Moisés les había dado. Lo uno y lo otro era falso; porque san Esteban no había dicho tal: verdad es que ellos lo pensaban y temían, interpretando mal, y trocando las palabras que Cristo nuestro Señor había dicho, como lo suelen hacer los que buscan ocasión para dañar al que tienen por enemigo. Estando el santo levita en el concilio, habiendo el sumo sacerdote oído la acusación, le preguntó si era verdad lo que aquellos testigos decían. Todos los que allí estaban sentados, pusieron los ojos en san Esteban (como comúnmente se suele hacer, cuando el reo está delante de los jueces, y preguntado da razón de sí), y dice el texto sagrado, que vieron su rostro como rostro de un ángel: porque el Espíritu Santo, que estaba interiormente en su alma resplandecía y enviaba sus rayos exteriormente al cuerpo: y como él estaba inocente y sin culpa y tan señor de sí y no tenía que temer mostraba en la cara lo que tenía en el pecho: y (como dice Eusebio Emiseno) de la abundancia del corazón salía la hermosura al cuerpo y la pureza interior redundaba en la compostura exterior y la luz escondida dentro se veía como en su espejo en la frente. Esto dice Emiseno. Pero ¿qué maravilla es que pareciese ángel el que era ángel en la castidad? ¿Y el que como ángel no tenía cuidado de su cuerpo é imitaba la fortaleza y virtud de los ángeles? ¿Y estando lleno de Espíritu santo ya representaba aquella vida angélica y celestial? Porque si la cara de Moisés resplandeció tanto cuando trajo del monte la ley vieja; ¿qué maravilla es que la cara de Esteban haya resplandecido como cara de ángel cuando explicó la ley nueva y magnificó al verdadero legislador? Pues como el sumo sacerdote hubiese preguntado á san Esteban si era verdad lo que contra él se decía; tomó el santo la mano e hizo un razonamiento muy largo comenzando desde que Dios apareció á Abrahán y lo mandó que saliese de su tierra y fuese á la que él le mostraría refiriendo desde aquel tiempo el discurso (que había tenido el pueblo de Israel y las mercedes que Dios le había hecho especialmente por mano de Moisés á quien Dios había hecho príncipe y redentor de su pueblo y le había enviado á Egipto, para que le librase como le libró haciendo tantas maravillas y prodigios. Finalmente después de haberse mostrado sapientísimo en las divinas Letras y magnificado á Moisés como á ministro de Dios y profeta excelentísimo que había anunciado que Dios le enviaría otro profeta de su linaje y sangre (que era el Mesías) á quien debían oír y obedecer y respondido á las cosas que falsamente le oponían; encendido de celo gravemente los reprendió porque eran desagradecidos y rebeldes á Dios y hombres de dura cerviz é imitadores de sus antepasados: los cuales habían perseguido y muerto cruelmente á los profetas que Dios les había enviado y ellos peores que sus padres habían puesto las manos y crucificado al Santo y Justo de quien los mismos profetas habían profetizado y predicado al pueblo que vendría.
Los que estaban presentes oyendo esto no se puede creer el aborrecimiento y odio que concibieron contra el santo diácono: deshacíanse dentro de sí y crujían los dientes contra él, deseando echarle las manos y acabarle. Levantó Esteban los ojos al cielo, y veía inmensa claridad corporal, que representaba la gloria de Dios, y á Jesucristo en pié, al lado derecho de Dios, como quien estaba presto para ayudarle y favorecerle en aquel riguroso trance. Tuvo esta visión, para que habiendo dicho poco antes, que los judíos habían muerto á Jesucristo, le predicase vivo, y no solamente resucitado, sino también glorioso en el cielo y sentado á la diestra del Padre: y para que con aquella vista se animase á morir por el que había muerto por él, y entendiese que le estaba el cielo abierto, y Jesús muy á punto y aparejado para ayudarlo: y que no hay tribulación ni mal alguno tan grande, que con el amparo y virtud del Señor no se pueda vencer. Fué tanto el gozo y el esfuerzo que el santo levita recibió con aquella visión, que no se pudo contener, que no rebosase y dijese: « Mirad, que veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre al lado derecho de Dios. En oyendo estas palabras aquella gente pérfida, que deseaba tener ocasión de vengarse del valeroso soldado del Señor, levantaron la voz en grito, diciendo: Muera, muera el blasfemo; porque tenían por blasfemia decir, que estaba en el cielo á la diestra de Dios, el que ellos habían condenado por malhechor: y por esto se taparon las orejas y arremetieron á él, y le echaron mano, y le sacaron fuera de la ciudad para apedrearle como á blasfemo; porque así lo mandaba la ley: y para poderlo hacer mejor, y estar más desembarazados, se desnudaron sus ropas y las dieron á guardar á Saulo, que era primo del mismo san Esteban (como dice Ecumenio), y mozo ardiente, y que le hervía la sangre con la edad y con el celo de la ley, que le parecía destruirse por la predicación de san Esteban, y por eso deseaba que muriese, posponiendo el amor de la sangre y parentesco, al estudio y celo de la religión: y á esta causa guardaba los vestidos de los que apedreaban al santo, para apedrearle él con las manos de todos, como lo dice san Agustín por estas palabras: «De tal manera Saulo ayudaba á los que apedreaban, que no se contentaba con apedrear él por sus manos; antes para apedrear á Esteban con las manos de todos, guardaba los vestidos de todos: y era más cruel, ayudándolos á todos, que si lo apedreara con sus manos».
Cogieron á gran prisa las piedras, y comenzaron á tirarlas con gran, furia á Esteban, que invocaba al Señor, y le decía: Señor mío Jesucristo, recibe mi espíritu. Como los judíos eran duros y empedernidos y tenían el corazón de piedra, tiraban piedras: y como el santo levita era blando y amoroso, y tenía el corazón de carne, destilaba dulzura y suavidad: ellos corrían á las piedras; y Esteban á la oración: ellos le tiraban piedras duras, y él como un pedernal, y piedra más fuerte y dura, herido de las piedras echaba de sí centellas, nó de enojo, sino de amor, para ablandar y abrasar los corazones más duros que las mismas piedras que tiraban. Pero después que san Esteban hubo encomendado su espíritu al Señor, hincando las rodillas en tierra, clamó con una grande voz, y dijo: Señor, perdonadles este pecado, y no los castiguéis por él.
Por sí hizo oración en pié; y por sus enemigos arrodillado: por los que le apedreaban alzó la voz para que Dios les perdonase; la cual no se dice que alzó para rogar por si: porque veía el gran peligro y obstinación de ellos: y como estaba tan abrasado de caridad, no tenía tanta solicitud de sí, como de la perdición y eterna condenación de sus hermanos: imitando en esto al Señor de todo lo criado, que en la cruz suplicó al Padre eterno que perdonase á los que le crucificaban: juzgando que hacía poco en seguir las pisadas de su maestro; pues había tan gran diferencia de su vida á la de Cristo, y de muerte á muerte. Y es de creer que el Señor oyó aquella oración, que salía de pecho tan encendido en su amor y tan deseoso de imitarle: y que muchos de los que allí estaban y le apedreaban se convirtieron, y alumbrados con la luz del cielo, recibieron la fé de Cristo, y murieron por ella: que vemos que Saulo (que era el que los atizaba y guardaba las capas de los que le apedreaban) por la oración de san Esteban de lobo se hizo cordero, y de perseguidor de Cristo fué apóstol de Cristo y perseguido, y muerto por su amor: de suerte que la conversión de Pablo fué efecto de la oración de Esteban, como escribe san Ambrosio: y san Agustín dice llanamente, que si Esteban no orara, la Iglesia no tuviera á Pablo: que por eso se levantó Pablo; porque inclinándose en la tierra Esteban, oró por él y fué oído. Y no es maravilla que el Señor oyese al que él mismo había llenado de fé, de gracia, de fortaleza, y adornándole de tantos dones del Espíritu Santo, y hechole en su muerte tan semejante a sí: porque Jesucristo fué acusado de blasfemia y condenado: porque dijo: Yo soy Cristo Hijo de Dios, y veréis al Hijo del hombre sentado á la diestra de la virtud de Dios; y san Esteban fué apedreado por haber dicho que veía los cielos abiertos, y á Jesús que estaba á la diestra de la virtud de Dios: para acusar á Cristo buscaron testigos falsos; y lo mismo hicieron para condenar á Esteban: al uno y al otro sacaron fuera de la ciudad: el Señor fué confortado del ángel orando en el huerto; y Esteban del mismo Señor, cuando le vio al lado del Padre para ayudarle: el Señor y el siervo rogaron por sus enemigos, y encomendaron su espíritu á Dios que lo recibió: y así concluye san Lucas la historia del martirio de san Esteban con estas palabras: El cum hcec dixisset, ohdormivit in Domino: En diciendo estas palabras, y acabando esta oración que hizo por los que le apedrearon, durmió en el Señor. En el Señor durmió; porque murió por el Señor, ofreciéndose en sacrificio por su fé, y por el amor de sus hermanos: en el Señor durmió; porque su muerte fué un sueño suave para él, y de gran precio para nosotros, y para toda la Iglesia de grande utilidad, por haber sido regada con la sangre de este bienaventurado y fortísimo mártir, que después de la Ascensión del Señor fué el primero que por su amor con invencible constancia la derramó: y por esto es llamado san Esteban protomártir y primicerio de los mártires, porque fué el primero (como dijimos) que dio la vida por Cristo, y en él se dedicaron y se ofrecieron al Señor las primicias de los mártires, y él con su ejemplo abrió camino á los demás. Muerto que fué el santísimo levita, y santísimo protomártir Esteban, dice san Lucas, que algunos varones temerosos de Dios tomaron su cuerpo y le sepultaron con gran llanto: quiere decir con mucha solemnidad, como lo interpreta san Jerónimo.
El lugar y modo con que le enterraron, reveló Gamaliel á Luciano presbítero, y nosotros lo referimos el día de la Invención de sus preciosas reliquias, á los 3 de agosto. Fué apedreado fuera de la puerta Aquilonar de Jerusalén. Dejaron su cuerpo en el campo un día y una noche, para que le comiesen las fieras; pero ninguna le tocó: y Gamaliel envió hombres fieles, y les dio todo lo necesario para que en su coche llevasen el cuerpo á una aldea suya, distante veinte millas de Jerusalén, donde por espacio de setenta días á su costa se celebraron las exequias, con mucho sentimiento y el cuerpo se puso en su sepulcro.
Esto es lo que refiere Luciano, por la revelación que le hizo Gamaliel. Más los sacerdotes y escribas, no quedaron satisfechos con la muerte de san Esteban: antes encarnizados y relamiéndose en la sangre que habían derramado, se embravecieron contra los otros cristianos, y movieron (como lo escribe el evangelista san Lucas) una gravísima persecución contra la Iglesia del Señor, que estaba en Jerusalén: en tanto grado, que todos los creyentes, fuera de los apóstoles, que eran las columnas, se ausentaron de la ciudad y se esparcieron por varias provincias y tierras, sembrándolos Dios por ellas, como una semilla del cielo, para coger copiosa cosecha con su predicación. Doroteo, dice (no sé de donde lo toma,) que el día que fué apedreado san Esteban, murió con él Nicanor, uno de los siete diáconos, y otros dos mil cristianos con ellos. Lo de Nicanor, que haya muerto con san Esteban, también lo dice Hipólito, mártir. Fué el martirio de san Esteban á los 26 de diciembre, en que la santa Iglesia le celebra, y fué el año mismo en que el Salvador murió y subió á los cielos, y el primer día que comenzaba el año 35 de su nacimiento. Hipólito, Tebano y Eyodio escribieron que san Esteban fue apedreado siete años después que fué ordenado diácono de los apóstoles; pero esto no tiene fundamento, ni probabilidad. Fué tan reverenciada la memoria de san Esteban de los fieles, desde el principio de la Iglesia, que san Clemente, papa, escribe que los apóstoles san Pedro y san Pablo mandaron que se guardase el día de su fiesta: y san Ignacio, dice, que san Esteban fue ministro de Santiago el menor, primer obispo de Jerusalén, San Fulgencio afirma, que para alcanzar la corona del martirio conforme á su nombre (porque Esteban quiere decir Corona), se armó el santo levita de la caridad, por la cual no se dejó, llevar de los judíos cuando disputaban, y rogó por ellos cuando le apedreaban. La caridad le hacía que los reprendiese para que se enmendasen, y que suplicase á Dios que no los castigase; porque tenía más pena de los pecados de ellos que de sus propias heridas, y lloraba más la muerte de sus almas que la de su cuerpo.
Pero no resplandece solamente la caridad para con sus enemigos en el martirio de san Esteban, sino también la fé, la sabiduría, la fortaleza, la libertad y celo de la gloria de su Señor, la paciencia y constancia con que murió, y todas las otras excelentísimas virtudes, que nosotros debemos procurar de imitar. Todos los santos alaban, engrandecen y ensalzan sobre manera á este beatísimo y gloriosímo mártir, como se ve en las homilías que escribieron de él san Agustín, san Gregorio Níseno, san Fulgencio, san Pedro Crisólogo, san Bernardo, Eusebio Emiseno, Nicetas y otros muchos. Los milagros que nuestro Señor obró por medio de las reliquias de san Esteban, cuando, reveló su cuerpo, fueron innumerables San Agustín refiere algunos, como testigo de vista: y nosotros en el día de la Invención de su cuerpo lo tratamos, y por eso no lo repetimos aquí.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc |