Entre todos los nombres, con que la Escritura sagrada, y los santos Padres nombran a la Madre de Dios, para significar sus excelencias y prerrogativas, el nombre propio es el de María, y juntamente el más principal; porque está lleno de misterios, y siendo uno solo, significa en compendio todas las grandezas de María, que se representan por los otros nombres y epítetos. Por lo cual, aunque decía Pitágoras, que se hallará muy rico de prudencia en la vejez, quien no gastare el tiempo en disputar de los nombres, y los filósofos desprecian las cuestiones de nombre, como inútiles; la excelencia y santidad del nombre de María, nos convida, y aun obliga á tratar de él: porque este dulcísimo nombre, pronunciado, consagra los labios: escuchado, recrea los oídos: pensado, alegra el corazón; y ni se puede escribir de él sin provecho, ni hablar sin fruto, ni discurrir sin ganancia: y como dice san Bernardino de Siena: «Ya que no podemos alabar á María, como merece, debemos ensalzar su nombre, cuanto nos fuere posible».
El santísimo nombre de María desde la eternidad se escribió en el libro de la vida, después del nombre de Jesús: el nombre de Jesús fué el primero; y el nombre de María el segundo.
Y advirtió el cardenal Nicolás Cusano, que nunca fué borrado el nombre de María del libro de la muerte; porque nunca fué escrito el nombre de María en este libro. Si creémoslo que dicen graves doctores, el nombre de María fué revelado á Adán, el primero de los hombres, por el mismo ángel que en nombre de Dios amenazó á la serpiente, que una mujer le había de quebrantar la cabeza: el nombre de María fué revelado á Elías, cuando vio levantar del mar aquella nubecilla pequeña, que era imagen y figura de la Reina del cielo, y estrella del mar: también entre los maestros antiguos de los judíos había noticia de que se había de llamar María la Madre del Mesías, como lo prueba Pedro Galatino. Pero no solo los judíos, mas también los gentiles tuvieron noticia del nombre de María, como dice san Juan Damasceno; porque entre las diez Sibilas, dos profetizaron claramente el nombre de María, que fueron la Eritrea, y la Tiburtina: y esta añadió, que había de tener un esposo, llamado José, y que su Hijo, nacido del Espíritu Santo, sin obra de varón, se había de llamar Jesús; de manera, que expresó todos tres nombres, de Jesús, María y José. El oráculo de Apolo, que se veneraba en Delfos, consultado de los argonautas Jasón, y sus compañeros, á quién dedicarían un templo que habían edificado en una ciudad del estrecho de Galípoli, que antiguamente se llamó Cizico, y ahora Spyga; respondió el oráculo, que á María, Madre del Verbo eterno: lo cual ellos, envueltos en las tinieblas de sus errores, no entendieron; y así dedicaron el templo á Rea, madre de los dioses, hasta que en tiempo del emperador Zenón se consagró el templo á honra de María Santísima: todo lo cual cuenta Cedreno en el Compendio de las historias.
Dejando otros monumentos y memorias, con que quiso Dios anunciar en la antigüedad el nombre de María; particularmente fué revelado á sus padres Joaquín, y Ana, por medio de un ángel, que les mandó pusiesen á su hija el nombre de María, como se lee en el libro del Nacimiento de la Virgen, que anda entre las obras de San Gerónimo. Y si se le fué revelado á Abraham el nombre de su hijo Isaac, y á Zacarías el de San Juan Bautista, y también á Santa Isabel, como indica el Evangelio, y notó San Ambrosio; no era justo que careciese María Santísima, habiendo de ser Madre de Cristo, del privilegio que gozó Isaac, por ser figura de Cristo; y Juan, por haber de ser su precursor: y así lo significa San Ambrosio, diciendo, que no es verosímil que se negase á María este privilegio, que se concedió á otros santos; pues no hay santo ninguno, que venza á María en los privilegios de la gracia. Fuera de que solo Dios podía dar conveniente nombre a la Virgen, no sus padres, ni alguna criatura; porque solo quien conoce las cosas, puede darlas nombre que las convenga, y como solo Dios conocía la excelencia de aquella niña que nacía, solo Dios podía ponerle el nombre de María, que significa, como veremos, sus excelencias.
Y nota un doctor, que María santísima fué la primera de las mujeres que recibió el nombre, por revelación divina, antes de su concepción.
Pantaleón, diácono, y otros doctores afirman, que el mismo arcángel San Gabriel, que anunció antes á Zacarías la concepción y nombre del Bautista, y después á María la concepción y nombro de Jesús; anunció á Joaquín y á Ana la concepción y nombre de María; de manera, que podemos acomodar á la Virgen, lo que dice el Evangelio de su Hijo: «Vocatum est numen ejus María: quod vocatum est ab angelo, priusquám in utero conciperetur». Y así este nombre no es inventado de hombres, sino dado de Dios: no es nacido en la tierra, sino bajado del cielo: no fue puesto por elección de sus padres, sino por providencia del que había de ser su Hijo. Primero pronunciaron el nombre de María los ángeles, que los hombres; y verdaderamente es menester que sean los hombres ángeles, para pronunciar con labios bastantemente puros el santísimo nombre de María. Por eso no mudó la Virgen el nombre de María en otro, cuando subió á la dignidad de Madre de Dios: como á Simón le mudó Cristo el nombre en el de Cefas, á Pedro, cuando le levantó á la dignidad de cabeza de su Iglesia: porque el nombre de María se le había dado Dios á la Virgen; y por eso nunca le había de dejar. El nombre de María significaba la dignidad de Madre de Dios; y así no pedía otro nombre su dignidad: el nombre de María era el mejor nombre que podía tener la Madre de Dios, como dice san Buenaventura; y así no había otro nombre, en que poderle mudar. Por eso el ángel, al anunciar á la Virgen el misterio de la encarnación, la confirmó el nombre diciéndola: No temas, María; porque hallaste gracia delante de Dios. Y ¿qué gracia halló María? La primera gracia que halló, fué el nombre, en que se significaban todas las gracias que había de recibir María; y quiso por eso dijo san Pedro Crisólogo, « que el nombre de María es semejante á profecía; porque este nombre fué una profecía de todos sus privilegios, gracias y prerrogativas.»
Dan los santos Padres y doctores diversas significaciones á este nombre de María, según diversas lenguas y derivaciones, con que explican las innumerables excelencias de María Santísima, para que digamos de ella: Secundúm nomen tuum, sic el taus tua: Como tu nombre, es tu alabanza: porque si los nombres de los grandes sujetos Adán, Eva, Abraham, Sara, Isaac, Israel, Juan, Pedro y Pablo, no carecen de misterio, y les fueron puestos con singular providencia y sabiduría divina, ¿qué hemos de decir, ó qué hemos de pensar del nombre de María, Madre de Dios, y Reina del cielo y de la tierra? El nombre de María, según san Ambrosio (aunque no se sabe de qué raíz lo tomó), se interpreta: «Dios de mi linaje»; que es decir: «Dios nacerá de mí»: y vínole ajustado el nombre; pues se hizo Dios hombre en sus purísimas entrañas: y haciéndose Dios del linaje de María; también se hizo María del linaje de Dios: y por eso quizá la llamó San Ignacio, mártir: «María de Jesús». El nombre de María, según San Epifanio, San Gerónimo, San Damasceno, y otros doctores, significa, en lengua siríaca, lo mismo que señora: y cuadróle este nombre á la Virgen, dice san Juan Damasceno; porque fué constituida universal Señora de todas las criaturas, cuando fué hecha Madre del Criador de todas ellas. El nombre de María, según muchos santos doctores, significa «estrella del mar»; entendiendo unos por estas palabras, que es luna, otros que es lucero de la mañana, otros que es norte: y todo lo es María: Luna, que alumbra nuestras tinieblas; Lucero de la mañana, que nos anuncia el día eterno de nuestra felicidad; y Norte que guía á los que navegan por el mar tempestuoso del siglo. Sin esta Estrella del mar, todo es tinieblas: sin esta Luz, todo es bajíos: sin este Astro, todo es tempestades: mirando á María, y mirándonos María, descubrimos los rumbos: alcanzamos las alturas; y sabemos a donde hemos de enderezar la proa, y tender las velas, para llegar seguros al puerto de la bienaventuranza. El nombre de María, según Filón, significa «mar amargo»; y lo fué María santísima en la pasión, y muerte de su Hijo, por los ríos de amargura que entraron en su alma, y olas de tribulaciones que combatieron su corazón. El nombre de María, según San Epifanio, se interpreta «esperanza»; porque parió á Cristo, que es esperanza de todo el mundo: y porque María con su intercesión, da esperanza de perdón á los pecadores, de acrecentamiento de santidad á los justos, y de conseguir la bienaventuranza, á todos los que viven desterrados en este valle de lágrimas. El nombre de María significa, según otros, «maestra, y doctora»: y con mucha razón tiene este nombre; porque fué Doctora de los doctores, y Maestra de los apóstoles.
Dejando las interpretaciones de «excelsa», ó eminente, de «iluminada, ó iluminadora, lluvia del mar, ó mirra del mar», y otras que, ó están incluidas, ó tienen mucho parentesco con las que hemos traído; es muy celebrada la interpretación, ó acomodación del bienaventurado Alberto Magno: el cual, hablando del nombre de María, dice, «que Dios llamó ó la congregación de todas las aguas María, y á la congregación de todas las gracias María para significar que como el mar es lugar de todas las aguas; María es lugar de todas las gracias. Y conforme á esto, dice Dionisio Cartujano: María se interpreta mar: porque como ninguno puede contar las gotas de agua del mar; así ninguno puede explicar la excelencia de la gracia y gloria de María». Con más elegancia, en este mismo sentido, lo dice san Buenaventura, acomodando á María aquello del Eclesiástico: Omnia flumina intrant in nutre in mare.
Todos los ríos (dice) entran en el mar, cuando todas las excelencias de los santos entran en María. El río de la gracia de los ángeles entra en María: el río de la gracia de los patriarcas y profetas, entra en María: el río de la gracia de los apóstoles entra en María: el río de la gracia de los mártires entra en María: el río de la gracia de los confesores entra en María: el río de la gracia de las vírgenes entra en María: finalmente, todos los ríos entran en el mar; esto es, todas las gracias entran en María». Todo esto dice San Buenaventura: donde se ve, cuan convenientemente se llama María: Mar; pues que es mar de gracia, en quien se recogen todas las gracias de los ángeles y santos: solo con esta diferencia, que el mar no redunda, como advierte el Eclesiástico, aunque entren en él todos los ríos; pero en María, misterioso mar, entran todos los ríos de las gracias, y redundan en nosotros. Dice San Bernardino de Siena, que así como llamamos á Dios, no con un nombre solo, sino con muchos nombres, para significar su incomprensibilidad; así llamamos con muchos nombres á la gloriosa Virgen, ya con el nombre de Luz, ya de Sol, y otros semejantes, para conocer de alguna manera su excelencia, y sublimidad. Pero, si bien lo consideramos, en el nombre santísimo de María se encierran todas sus grandezas; porque como nombre inventado de Dios, encierra más misterios, que letras: antes cada letra tiene muchos misterios y significaciones, como consideran otros, y yo los dejo, porque, como advierte el doctísimo padre Alonso Salmerón, tienen más de piedad, que de solidez.
Acerca del día en que fué puesto á la Virgen el nombre de María, hay variedad de opiniones, por haberla también acerca del día que acostumbran los hebreos poner el nombre á sus hijas: porque de los niños es cierto que era el octavo día en que se hacia la circuncisión; más de las niñas unos dicen el octavo día, como los varones, otros que al noveno día, otros que á los quince días, otros que ochenta días después del nacimiento, cuando según la ley llevaban las madres á ofrecer á sus hijas en el templo. Nicéforo dice que ó María le fué puesto el nombre poco después de nacida, significando con él, como con un enigma, la gracia que aquella niña había recibido.
Del santísimo y dulcísimo nombre de María, dice el sapientísimo Idiota, hablando con la Virgen, estas palabras: «Dióle, ó Virgen María, toda la santísima Trinidad un nombre, que después del nombre de tu benditísimo Hijo, es sobre todo nombre; porque á tu nombre se arrodilla toda criatura del cielo, de la tierra y del infierno, y toda lengua confiesa la gracia, gloria y virtud de este santísimo nombre; porque no hay otro nombre después del nombre de tu benditísimo Hijo, que sea tan poderoso socorro: ni hay otro nombre dado en la tierra á los hombres después del dulce nombre de Jesús, del cual se redunda tanta salud á los hombres: porque sobre todos los nombres de los santos alivia á los que están fatigados: sana á los enfermos: alumbra á los ciegos: penetra á los duros: recrea á los cansados: unge á los luchadores; y libra á todos del yugo del demonio. La fama de tu santísimo nombre, ó clarísima Virgen María, primero estuvo encerrada, mientras viviste en el mundo; más después de tu Asunción á los cielos, se divulgó por todas las partes del mundo; porque con la predicación de los apóstoles llenó toda la tierra el sonido de tu santísimo nombre, y se manifestó á todo el mundo su gloria. De tanta virtud y excelencia es tu nombre, ó beatísima Virgen María, que á su invocación el cielo ríe, la tierra se alegra, los ángeles se gozan, los demonios tiemblan y se turba todo el infierno».
Todo esto dice este padre, del nombre de María; y se pueden decir de él, con la debida proporción, casi todas las alabanzas que se dicen del nombre de Jesús; porque aunque el nombre de Jesús sea mucho más excelente que el de María; con todo eso, ha querido el Hijo, en orden á nuestra salud, dar semejante virtud al nombre de su Madre que al suyo: y aun dice San Anselmo, «que algunas veces se alcanza más presto la salud, invocando el nombre de María, que invocando el nombre de Jesús, único Hijo suyo y Señor nuestro: no porque la Madre sea más poderosa que el Hijo, pues no es grande y poderoso el Hijo por la Madre, sino la Madre por el Hijo; sino porque Cristo, llamado por su nombre, no oye luego al punto, por justas causas que tiene para ello: pero invocado en nombre de su Madre, aunque los méritos de quien le invoca no merezcan que sea oído; interceden los méritos de la Madre para que sea bien despachado». Esto es de San Anselmo. Y no es maravilla que quiera Dios hacer mayores favores, ó más presto, por el nombre de su Madre que por el suyo; pues quiso hacer mayores milagros por medio de sus siervos que por si mismo: y antiguamente respondía más fácilmente á los que le invocaban, llamándole Dios de Abraham, y Dios de Isaac y de Jacob, que si le nombraban Dios solamente, como advirtió Orígenes. Y en nuestro caso hay conveniente razón: porque cuando invocamos el nombre de Jesús, no solo invocamos con este nombre á nuestro Padre, mas también á nuestro Juez: con que su justicia suele detener á su misericordia, para que ó no nos oiga, ó dilate el despachar nuestra petición; mas cuando nombramos á María, solo invocamos nuestra Madre, y á la Madre de misericordia, en quien no hay título que embarace el interceder por nosotros con su Hijo: y si intercede María, ¿cómo la negará su Hijo lo que pidiere? ó ¿cómo ha de embarazar su justicia á su misericordia; pues atiende antes á los méritos de la Madre que intercede, que á los deméritos del siervo que suplica? Por eso prueba un doctor que el nombre de María obra algunos efectos ex opere operato, solo con invocarle cualquiera que le invoque por voluntad ó institución divina, al modo que dan algunos doctores esta virtud á la señal de la cruz, á los cuales favorece no poco San Agustín, y al modo que la tienen los exorcismos de la Iglesia. Pero sea lo que fuero de esto; lo cierto es, que los santos y doctores atribuyen semejantes efectos al nombre de María que al nombre de Jesús. San Germán afirma que el nombre de María destierra todo temor: San Buenaventura que los que invocaren á María no temerán en el punto de la muerte; y que no tiemblan tanto los enemigos visibles de un copioso ejército, como los demonios del nombre de María; y que tienen mucha paz los que veneran este nombre: Santa Brígida dice, que el nombre de María le veneran los ángeles, le temen los demonios, y trae salud á los hombres que le invocan con propósito de no pecar más: el beato Alberto Magno, que el nombre de María apaga las llamas deshonestas e infunde castidad: San Anselmo, que el nombre de María es seguridad de los que se hallan en algún peligro: San Antonio de Padua, que el nombre de María trae alegría á los tristes; porque es júbilo en el corazón, miel en la boca, y música en el oído. Más, ¿para qué es menester amontonar testimonios, y gastar muchas palabras en lo que se puede decir en pocas? A los que invocan con fé y devoción el nombre de María, favorece Dios en todas sus necesidades: socorre en todos los peligros: consuela en todas las aflicciones; y no hay ninguno tan miserable que no halle consuelo, alivio y socorro en este dulcísimo y poderosísimo nombre.
Con todo esto, no se excusa apuntar uno ú otro de los innumerables milagros que ha obrado Dios para honrar y ensalzar el nombre de su Madre, sacados de graves y diligentes autores. Y aunque, si bien se considera, todos los milagros que Dios hace por la intercesión de María, que son continuos, grandes y estupendos en todas las partes del mundo, y con todo género de personas, sirven para ensalzar y magnificar el nombre de María; con todo eso ha obrado muchos y muy grandes milagros, particularmente por la invocación ó devoción de este dulcísimo nombre.