Plinio Corrêa de Oliveira
“Catolicismo”, No. 280, abril de 1974 y en 36 diarios brasileños,
y luego reproducido en otros 73 diarios y revistas de once países.
I – Los hechos
Al regresar de Cuba, vía Méjico, Monseñor Agostino Casaroli, Secretario del Consejo para Asuntos Públicos del Vaticano, enunció los resultados de su viaje en una entrevista concedida en esa ciudad. Afirmó Su Excelencia que “los católicos que viven en Cuba son felices dentro del régimen socialista”. No es preciso decir de qué especie de régimen socialista se trata, pues es conocido que el régimen vigente en Cuba es el comunista.
Siempre hablando del régimen de Fidel Castro, Su Excelencia continúa: “Los católicos, y de un modo general el pueblo cubano, no tienen el menor problema con el gobierno socialista”.
Deseando tal vez dar a estas declaraciones estremecedoras cierto aire de imparcialidad, Monseñor Casaroli lamentó al mismo tiempo que el número de sacerdotes fuese insuficiente en Cuba: sólo doscientos. Agregó haber pedido a Castro mayores posibilidades de practicar cultos públicos. Y terminó afirmando muy inesperadamente que “los católicos de la isla son respetados en sus creencias como cualesquiera otros ciudadanos”.
Para no considerar si no lo que desde un primer momento se nota en estas declaraciones, causa perplejidad que Monseñor Casaroli reconozca que los católicos cubanos sufren restricciones en su culto público y al mismo tiempo afirme que ellos son “respetados en sus creencias”. Como si el derecho al culto público no fuese una de las más sagradas de sus libertades.
Si los súbditos no católicos del régimen cubano son tan respetados cuanto los católicos, es el caso de decir que en Cuba nadie es respetado…
¿En qué consiste, entonces, esa “felicidad” que, según Monseñor Casaroli, disfrutan los católicos cubanos? Parece que es la dura felicidad que el régimen comunista dispensa a todos sus súbditos: la de agachar la cabeza. Pues Monseñor Casaroli afirma que “la Iglesia Católica cubana y su guía espiritual procuran siempre no crear ningún problema al régimen socialista que gobierna en la isla”.
Profundizando más, las observaciones que el alto dignatario del Vaticano recogió de su viaje conducen a conclusiones aún de mayor alcance.
En una época en que Su Santidad Paulo VI ha realzado más que nunca la importancia de la normalidad de las condiciones materiales de existencia, como factor propicio para la práctica de la virtud, no es concebible que Monseñor Casaroli considere “felices dentro del régimen socialista” de Fidel Castro a los católicos cubanos si éstos están sumergidos en la miseria. De donde debemos deducir que, según Monseñor Casaroli, ellos gozan de condiciones económicas por lo menos soportables.
Ahora bien, todos saben que eso no es verdad. Y, más aún, los católicos que toman en serio las Encíclicas de León XIII, Pío XI y Pío XII, saben que eso no puede ser así, pues estos Papas enseñaron que el régimen comunista es lo opuesto al orden natural de las cosas, y la subversión del orden natural —tanto en la economía como en cualquier otro campo— sólo puede producir frutos catastróficos.
Por esta razón, los católicos de cualquier parte del mundo, ingenuos o mal informados sobre la verdadera doctrina social de la Iglesia, si leyesen los resultados de las averiguaciones que Monseñor Casaroli hizo en Cuba, serían inducidos a una conclusión diametralmente opuesta a la realidad. Es decir, que nada tienen que temer de la implantación del comunismo en sus respectivos países, pues en esta hipótesis serán perfectamente “felices”, tanto en lo que respecta a sus intereses religiosos cuanto a su situación material.
Duele decirlo, pero la verdad obvia es ésta: el viaje de Monseñor Casaroli a Cuba redundó en una propaganda de la Cuba Fidelcastrista.
Este hecho, terrible en si mismo, es un lance en la política de distensión que el Vaticano viene ejecutando, desde hace mucho tiempo, con relación a los regímenes comunistas. Varios de estos lances son muy conocidos por el público.
Uno de ellos fue el viaje realizado a Rusia en 1971 por Su Eminencia el Cardenal Willebrands, Presidente del Secretariado para la Unión de los Cristianos. El objetivo oficial de la visita era asistir a la instalación del Obispo Pimen en el Patriarcado “ortodoxo” de Moscú. Pimen es el hombre de confianza, para asuntos religiosos, de los ateos del Kremlin. La visita era por sí misma altamente prestigiosa para el prelado heterodoxo, a justo título considerado la “bête noire” de todos los “ortodoxos” no comunistas en el mundo entero. Durante su discurso en el Sínodo que lo eligió, Pimen afirmó la nulidad del acto por el cual, en 1595, los ucranianos abandonaron el cisma y volvieron a la Iglesia Católica. Esto significaba proclamar que los ucranianos no deben estar bajo la jurisdicción del Papa, sino bajo la de Pimen y sus congéneres. En lugar de tomar una actitud frente a esta estridente agresión a los derechos de la Iglesia Católica, y la conciencia de los católicos ucranianos, el Cardenal Willebrands y la delegación que lo acompañaba se mantuvieron mudos. Quien calla, otorga, enseña el Derecho Romano. Distensión…
Como es natural, esta capitulación traumatizó profundamente a aquellos católicos que siguen con atención continua la política de la Santa Sede. El trauma fue aún mayor entre los millones de católicos ucranianos diseminados por Canadá, por los Estados Unidos y otros países. Y tuvo relación con las disensiones dramáticas entre la Santa Sede y Su Eminencia el Cardenal Slipyj, valeroso arzobispo mayor de los ucranianos, durante el Sínodo de Obispos realizado en Roma en 1971.
La conducta de Su Eminencia el Cardenal Silva Henríquez, Arzobispo de Santiago, vista en su conjunto, constituye otro lance de la distensión con los gobiernos comunistas promovida por la diplomacia vaticana. Como es notorio —y la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP) lo demostró en un lúcido manifiesto reproducido en varios órganos de la prensa nacional e internacional—, el Purpurado chileno empeñó toda la influencia y autoridad inherentes a su cargo para que Allende ascendiera al poder, para festejar su toma de posesión y para ayudarle a mantenerse en la primera magistratura hasta el momento trágico en que el líder ateo se suicidó. Con una flexibilidad que muy poco habla a su favor, el Eminentísimo Cardenal Silva Henríquez procuró acomodarse, por medio de algunas declaraciones públicas, al orden de cosas que sucedió al régimen de Allende. Sin embargo, no por eso cesaron las manifestaciones de su constante simpatía hacia los marxistas chilenos. Así, Su Eminencia celebró una misa de “requiem” en la capilla de su palacio cardenalicio por el alma de otro comunista, el “camarada” Tolla, ex ministro de Allende, él también un infeliz suicida. Al acto asistieron familiares y amigos del muerto.
No consta que el Purpurado haya sufrido la menor censura por todas estas actitudes, tan aptas para acercar los católicos al comunismo. Si hubo quien imaginase que él perdería su Arquidiócesis, hubiera esperado en vano hasta hoy. El Cardenal Silva Henríquez continúa tranquilamente investido de la misión de conducir hacia Jesucristo las almas de su populosa e importante Arquidiócesis.
Mientras éste la conserva, por imposición de la política de distensión, otro Arzobispo, por el contrario, perdió la suya. Se trata de una de las figuras más admirables de la Iglesia en el siglo XX, cuyo nombre es pronunciado con veneración y entusiasmo por todos los católicos fieles a las tradicionales enseñanzas económico-sociales emanadas de la Santa Sede. Más aún, el nombre de este prelado es acatado con sumo respeto por personas de las más distintas religiones. El es un florón de la gloria de la Iglesia, inclusive ante los ojos de los que no creen en ella. Este florón fue quebrado hace poco. El Eminentísimo Cardenal Mindszenty fue destituido de la Arquidiócesis de Esztergom para facilitar la aproximación con el gobierno comunista húngaro.
Como se ve, la visita de Monseñor Casaroli a Cuba —inclusive haciendo abstracción de sus posteriores declaraciones más arriba mencionadas— constituyen un eslabón de una cadena de hechos que se vienen produciendo desde hace varios años. ¿Dónde terminará esta cadena? ¿Para qué sorpresas dolorosas, para qué nuevos traumas morales deben aún prepararse los que siguen aceptando, con todas sus consecuencias, la inmutable doctrina social y económica enseñada por León XIII, Pío XI y Pío XII? Estamos seguros de que incontables católicos, al releer estas noticias, al enterarse de las perplejidades de las angustias y de los traumas expresados en estas líneas, sentirán retratado su propio drama interior: el más íntimo y el más doloroso de los dramas, porque por encima, muy por encima de las cuestiones apenas sociales y económicas de que se trata, tiene un carácter esencialmente religioso. Se refiere a lo que hay de más fundamental, vivo y tierno en el alma de un católico apostólico romano: su vinculación espiritual con el Vicario de Jesucristo.
II – Católicos, apostólicos, romanos
La TFP es una entidad cívica y no religiosa. Sus directores, socios y militantes son, sin embargo, católicos, apostólicos y romanos. Y, en consecuencia, católica es la inspiración que los ha movido en todas las campañas emprendidas por la TFP en bien del país.
La posición fundamentalmente anticomunista de la TFP resulta de las convicciones católicas de los que la componen. Es porque son católicos, y en nombre de los principios católicos, que los directores, socios y militantes de la TFP son anticomunistas.
La diplomacia de distensión del Vaticano con los gobiernos comunistas crea, no obstante, para los católicos anticomunistas una situación que los afecta a fondo, mucho menos en cuanto anticomunistas que en cuanto católicos. Pues en cualquier momento se les puede hacer una objeción sumamente embarazosa: ¿la acción anticomunista que efectúan no conduce a un resultado precisamente opuesto al deseado por el Vicario de Jesucristo? ¿Y cómo se puede comprender la figura de un católico coherente, cuya actuación camina en dirección opuesta a la del Pastor de los Pastores? Tal pregunta trae como consecuencia, para todos los católicos anticomunistas, una alternativa: cesar la lucha o explicar su posición.
Cesar la lucha, no podemos. Y es por imperativo de nuestra conciencia de católicos que no podemos. Pues si es deber de todo católico promover el bien y combatir el mal, nuestra conciencia nos impone que difundamos la doctrina tradicional de la Iglesia y combatamos la doctrina comunista.
En el mundo contemporáneo resuenan por todas partes las palabras “libertad de conciencia”. Son pronunciadas en todo Occidente, y hasta en las mazmorras de Rusia… o Cuba. Muchas veces esta expresión, de tan usada, toma incluso significados abusivos. Pero en lo que ella tiene de más legítimo y sagrado, se inscribe el derecho del católico a actuar en la vida religiosa, como en la vida cívica, según los dictámenes de su conciencia.
Nos sentiríamos más encadenados en la Iglesia que Solzhenitzyn en la Rusia soviética, si no pudiésemos actuar en consonancia con los documentos de los grandes Pontífices que ilustraron la Cristiandad con su doctrina.
La Iglesia no es, la Iglesia nunca fue, la Iglesia jamás será tal cárcel para las conciencias. El vínculo de la obediencia al Sucesor de Pedro, que jamás romperemos, que amamos con lo más profundo de nuestra alma, al cual tributamos lo mejor de nuestro amor, ese vínculo lo besamos en el mismo momento en que, triturados por el dolor, afirmamos nuestra posición. Y de rodillas, mirando con veneración la figura de Su Santidad el Papa Paulo VI, le manifestamos toda nuestra fidelidad.
En este acto filial decimos al Pastor de los Pastores: nuestra alma es Vuestra, nuestra vida es Vuestra. Mandadnos lo que querais. Sólo no nos mandéis que crucemos los brazos delante del lobo rojo que embiste. A esto nuestra conciencia se opone.
III – La solución en el Apóstol San Pablo
Sí, Santo Padre —continuamos—, San Pedro nos enseña que es necesario “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos, V-29). Sois asistido por el Espíritu Santo y hasta reconfortado —en las condiciones definidas por el Vaticano I— por el privilegio de la infalibilidad. Lo que no impide que en ciertas materias o circunstancias la flaqueza a que están sujetos todos los hombres pueda influenciar y hasta determinar Vuestra actuación. Una de ésas es —tal vez por excelencia— la diplomacia. Y aquí se sitúa Vuestra política de distensión con los gobiernos comunistas.
¿Ahí, qué hacer? Las páginas de la presente declaración serían insuficientes para contener el elenco de todos los Padres de la Iglesia, Doctores, moralistas y canonistas —muchos de ellos elevados a la honra de los altares— que afirman la legitimidad de la resistencia. Una resistencia que no es separación, no es rebelión, no es acritud, no es irreverencia. Por el contrario, es fidelidad, es unión, es amor, es sumisión.
“Resistencia” es la palabra que escogimos a propósito, pues ella es usada por el propio San Pablo para caracterizar su actitud. Habiendo tomado el primer Papa, San Pedro, medidas disciplinarias referentes a la permanencia de prácticas remanentes de la Antigua Sinagoga en el culto católico, San Pablo vio en esto un grave riesgo de confusión doctrinal y de perjuicio para los fieles. Se levantó entonces y “resistió cara a cara” a San Pedro (Gal. II, 11). Este no vio en el lance inspirado y fogoso del Apóstol de los Gentiles un acto de rebeldía, sino de unión y de amor fraterno. Y, sabiendo bien en qué era infalible y en qué no lo era, cedió ante los argumentos de San Pablo. Los Santos son modelos de los católicos. En el sentido en que San Pablo resistió, nuestro estado es de resistencia.
Y en esto encuentra paz nuestra conciencia.
IV – Resistencia
Resistir significa que aconsejaremos a los católicos para que continúen luchando contra la doctrina comunista con todos los recursos lícitos en defensa de la Patria y de la Civilización Cristiana amenazada.
Resistir significa que jamás emplearemos los recursos indignos de la contestación, y menos aún tomaremos actitudes que en cualquier punto discrepen de la veneración y de la obediencia que se debe al Sumo Pontífice, en los términos del Derecho Canónico.
Resistir, sin embargo, comporta emitir respetuosamente nuestro juicio, en circunstancias como la entrevista de Mons. Casaroli sobre la “felicidad” de los católicos cubanos.
En 1968, el Santo Padre Paulo VI estuvo en la próspera capital colombiana, Bogotá, para el 39.° Congreso Eucarístico Internacional. En un discurso dado un mes después, desde Roma al mundo entero, afirmó que allí había visto la “gran necesidad de aquella justicia social que coloque inmensas categorías de gente pobre (en Iberoamérica) en condiciones de vida más ecuánime, más fácil y más humana” (Discurso del 28-9-68).
Esto, en el Continente en que la Iglesia goza de mayor libertad.
Por el contrario, Monseñor Casaroli no vio en Cuba más que felicidad.
Ante esto, resistir es enunciar, con serena y respetuosa franqueza, que hay una peligrosa contradicción entre esas dos declaraciones, y que la lucha contra la doctrina comunista debe proseguir.
He aquí un ejemplo de lo que es la verdadera resistencia.
V – Panorama interno de la iglesia universal
Es posible que a algunos lectores, la presente declaración les cause sorpresa. Porque, habiendo evitado al máximo tomar la actitud pública que hoy asume, la TFP no divulgó cuánto desconcierto y disconformidad corroe a los católicos de los más variados países como consecuencia de la distensión del Vaticano con los gobiernos comunistas. Y prolongaría demasiado este ya extenso documento hacerlo aquí. Nos limitamos a resumir, a título de facilitar la más cabal explicación de nuestra actitud, lo que ocurre actualmente entre los católicos germanos. Lo dice el ex diputado federal alemán Hermann M. Goergen, católico de pensamiento y conducta serenos.
En un importante matutino sudamericano (“Correo do Povo”, 23-3-74, Porto Alegre, Brasil) escribió un artículo en el que se refiere a la publicación de dos libros de autores alemanes sobre la política del Vaticano: “Wohin steuert der Vatikan?” (¿Hacia dónde va el Vaticano?), de Reinhard Raffalt, y “Vatikan Intern” (El Vaticano por dentro), publicado bajo el pseudónimo de “Hieronymus”. Ambos encontraron tal eco, que “están en el orden del día de los intelectuales y políticos alemanes”. El señor Goergen considera la obra de “Hieronymus” satírica, hipercrítica y exagerada. Por el contrario, encuentra la de Raffalt, “sobria”, con “tesis bien fundamentadas”, inspiradas “en un profundo amor a la Iglesia”. Y Raffalt proclama: “El Papa Paulo VI es un socialista”.
El señor Goergen agrega que, poco después de la divulgación de la obra de primera calidad de Raffalt, un periódico alemán publicó una caricatura mostrando a Paulo VI paseando en compañía de Gromiko. Al pasar por un cuadro exhibiendo al Cardenal Mindszenty, Gromiko dice a Paulo VI: “Bueno, cada uno tiene su Solzhenitsyn”.
Continúa informando el señor Goergen que un jesuita alemán, Simmel, publicó en el tradicional semanario “Rheinischer Merkur”, “conservador y defensor intransigente de la Fe y de los Papas, una crítica considerada por Roma hasta irreverente”, con el título: “No, Señor Papa!”. Afirma luego el señor Goergen, a propósito de la destitución del Cardenal Mindszenty: “Una verdadera ola de apoyo (al Cardenal) recorrió a los católicos alemanes”. La “Frankfurter Allgemeine Zeitung” habló abiertamente de los “sueños cristiano-marxistas” del Papa Paulo VI. Y la “Paulus Gesellschaft” (Sociedad de Pablo), portavoz del diálogo entre cristianos y marxistas, condenó la “Ostpolitik” del Vaticano, denunciándola como “maquiavélica” por querer “imponer al mundo una paz romano-soviética”. Ante este lenguaje, resalta más fácilmente cuán comedido es el de la TFP.
No podemos concluir nuestro comentario al artículo del señor Hermann Goergen sin destacar una grave afirmación que éste hace: en Polonia, así como en Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia, los contactos y acuerdos con la Santa Sede no impidieron que continuara intensa la persecución religiosa. Esto también lo afirmó, en lo referente a su patria, el Cardenal Mindszenty.
Esto nos conduce a una perplejidad. La perspectiva de una atenuación de la lucha antirreligiosa era el gran argumento (insuficiente a nuestro entender) de los entusiastas de la distensión vaticana. La práctica muestra que tal distensión no alcanza este resultado, y favorece sólo a la parte comunista. Cuba es otro ejemplo de esto. Y un autorizado promotor de la distensión, como Mons. Casaroli, declara que, en el régimen de persecución los católicos viven felices. Preguntamos entonces si distensión no es sinónimo de capitulación.
Si lo es, ¿cómo no resistir a la política de distensión, presentando públicamente su enorme desacierto?
Es un ejemplo más de cómo entendemos la resistencia.
VI – Conclusión
Esta explicación se imponía. Tiene el carácter de una legítima defensa de nuestras conciencias de católicos, ante un sistema diplomático que nos hacía el aire irrespirable y que coloca a los católicos anticomunistas en la más penosa de las situaciones, que es la de hacerse inexplicables ante la opinión pública. Lo repetimos, a título de epilogo, al cerrar esta declaración.
Ningún epílogo, sin embargo, sería completo si no incluyera la reafirmación de nuestra obediencia irrestricta y amorosa no sólo a la Santa Iglesia, sino también al Papa, en todos los términos mandados por la doctrina católica.
Nuestra Señora de Fátima nos ayude en este camino que recorremos por fidelidad a Su Mensaje y en la alegría anticipada de que se cumplirá la promesa hecha por ella: “Por fin, Mi Inmaculado Corazón triunfará”.
São Paulo, 8 de abril de 1974
Plinio Corrêa de Oliveira