SAN ROBERTO BELARMINO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

SAN ROBERTO BELARMINO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

“Desde los orígenes de la Iglesia hasta nuestros días, la divina Providencia no ha cesado jamás de suscitar hombres ilustres por su ciencia y santidad, los cuales han conservado e interpretado las verdades de la fe católica y rechazado los ataques con que los herejes amenazaban a estas mismas verdades”. Entre ellos brilla San Roberto Belarmino tan célebre por su enseñanza y sus obras de controversia, por su celo en reforma de la Iglesia, por las virtudes que practicó en grado heroico y de las cuales son acabada imagen sus tratados ascéticos.

LA IGLESIA EN EL SIGLO XVI

La Iglesia en el siglo XVI atravesaba por una era de prueba. Una parte de Europa se había dejado arrastrar por la rebelión de Lutero. Guerras religiosas cubrían de sangre países que sometidos a la Santa Sede habían gozado, durante muchos siglos, del beneficio de la unidad. La teología católica parecía haber perdido algo de su vitalidad y de su influencia; en la disciplina eclesiástica se habían ido deslizando poco a poco algunos abusos, y Lutero declarando imposible la reforma de la Iglesia por el Papado, creaba una nueva teología so pretexto de devolver a los fieles la libertad de los hijos de Dios.

LA DEFENSA DE LA IGLESIA

Pero Cristo prometió estar con su Iglesia “todos los días hasta el fin de los siglos”. Contra los falsos reformadores suscitó una pléyade de santos e ilustres doctores que defendieron la verdad y la santidad menospreciadas, San Roberto Belarmino aparece en primera fila junto con San Pedro Canisio, su hermano de religión en la Compañía de Jesús.

EL TEÓLOGO

En Lovaina, situada entre Alemania e Inglaterra protestantes, prosigue la enseñanza tradicional comentando la Suma de Santo Tomás que sabe adaptar con éxito a las necesidades de su época. Sobresale especialmente en la controversia. Recoge los testimonios de los Padres de los Concilios y del derecho de la Iglesia y defiende victoriosamente los dogmas atacados por los innovadores. En 1586 se publicaban por primera vez sus admirables Controversias. “En ellas, dice Pío XI,refuta de una manera decisiva los ataques lanzados por los Centuriadores de Magdeburgo cuyos tiros iban dirigidos a derribar la autoridad de la Iglesia mediante un uso engañoso de pruebas históricas y de testimonios de los Padres.” Esta enseñanza provocó tanta alegría entre los católicos como ira en campo adverso, en el que Teodoro de Beza dirá hablando de las Controversias: “He aquí el libro que nos ha perdido.” Muchos herejes, en efecto, encontraron en ellas la luz y volvieron a la verdadera fe; San Francisco de Sales decía que para sus predicaciones en Chablais, durante cinco años no había usado otros libros que la Biblia y las obras del gran Belarmino

No le bastaba convencer de error a los herejes; quería además prevenir a los mismos fieles contra su propaganda, y, con ese fin, compuso un Catecismo notable que él mismo enseñaba gustoso a los niños y a las gentes sencillas por muy importantes que fuesen sus ocupaciones. En los últimos años de su vida, escribió algunas notas espirituales, fruto de sus meditaciones y de sus retiros, las cuales forman cinco opúsculos ascéticos y nos revelan la hermosura de su alma. Un siglo antes el humanismo había alejado al hombre de su criador por el paganismo en que había sumido a las almas. Ciertas doctrinas de la teología protestante tendían a acentuar esta separación dando una idea falsa de la justicia divina y afirmando la teoría desesperante de la predestinación al infierno. Como su amigo, San Francisco de Sales, San Roberto se dedicó en dar a conocer la ternura de Dios. El amor es la base de su espiritualidad, nos inspira la confianza en ese Dios que es el Dios de la alegría y de la bondad, que llama al pecador a penitencia y desea infinitamente más que nosotros nuestra salvación. Hace a la virtud amable y fácil, persuadiéndonos que la santidad consiste sencillamente en el cumplimiento de la voluntad divina, en el deber de estado y en el abandono filial. En tiempo en que dominaba el sombrío pesimismo de Calvino, y en que los católicos mismos, por necesidad de reforma, se sentían inclinados a una mayor austeridad de vida —lo cual permitirá al jansenismo desenvolverse rapidísimamente—, tuvo el valor de hacerse el apóstol de la bondad de Dios ya que tantos otros realzaban su justicia.

EL SANTO

Saint Robert Bellarmine Painting; Saint Robert Bellarmine Art Print for sale

Se ha dicho con razón que San Roberto Belarmino recibió de Dios la triple vocación de enseñar a los fieles, alimentar la piedad de las almas fervorosas y confundir a los herejes. Se comprende que San Francisco de Sales le haya tenido por maestro y que Benedicto XV le haya propuesto como modelo de los que propagan y defienden la religión católica.

San Roberto fué verdaderamente modelo en los diferentes cargos que ocupó durante su larga carrera; simple religioso o provincial, profesor o director de conciencia, arzobispo o cardenal de Curia. Fué quien guió por los caminos de la santidad a San Luis Gonzaga: fué el consejero preferido por muchos Papas. Como arzobispo, se mostró escrupuloso observador de los decretos del Concilio de Trento; era fiel a la residencia, celoso de la predicación, de una caridad inagotable para con los pobres, cuidadoso en la formación de los jóvenes sacerdotes, en la dignidad del clero y hermosura del culto divino. Su austeridad de vida no se desmintió nunca. Incluso cuando fué elegido cardenal se atuvo a su resolución de no cambiar nada en el género de vida que llevaba en la Compañía de Jesús. Consagraba diariamente varias horas a la oración, ayunaba tres días por semana y hasta en los honores observó un método de vida muy modesto. No trató nunca de enriquecer a su familia y sólo tras muchas instancias se logró de él que ayudara a sus padres pobres. Sentía muy humildemente de sí mismo y era de una admirable sencillez de alma. Ponía todo su cuidado en no empañar con la más ligera falta la inocencia bautismal. Amaba, en fin, con amor filial, tierno y fuerte a la Santísima Virgen.

Todas sus virtudes brillaron con espléndido fulgor durante su última enfermedad. El Papa Gregorio XV y numerosos cardenales, temerosos ante el pensamiento de que un tal apoyo iba a faltar a la Iglesia acudieron a visitarle. Cuando murió, Roma entera le hizo magníficos funerales y con voz unánime le canonizó. Su cuerpo colocado en la iglesia de San Ignacio, junto a la tumba de San Luis Gonzaga, como lo había deseado él en vida, ha permanecido hasta nuestros días rodeado de la veneración de los fieles.

VIDA

San Roberto Belarmino, sobrino del Papa Marcelo II, nació en Montepulciano, cerca de Florencia, en 1542. Desde su juventud, mostró gran piedad y vivo deseo de apostolado. Ingresó a los 18 años en la Compañía de Jesús e hizo sus estudios en Roma, Florencia, Mondovi, Padua y Lovaina, donde fué ordenado de sacerdote y nombrado para una cátedra de teología. Pronto se le consideró como uno de los mejores teólogos de la cristiandad, y el Papa Gregorio XIII le llamó a Roma para confiarle los cursos de Controversias en el Colegio romano donde llegó a tener hasta 2000 estudiantes. Después de haber sido nombrado provincial de Nápoles, fué de nuevo llamado a Roma por Clemente VIII, quien le nombró consultor del Santo Oficio y después Cardenal. Consagrado obispo, se trasladó en 1602 al arzobispado de Capua, administrándole durante tres años, al cabo de los cuales renunció y volvió a Roma donde permaneció hasta su muerte, acaecida en 1629. Fué beatificado y canonizado por Pío XI que le nombró Doctor de la Iglesia.

PLEGARIA

Como lámpara ardiente puesta sobre el candelero para alumbrar a cuantos hay en la casa, iluminaste a los católicos y a aquellos que se perdían lejos de la Iglesia; como estrella en firmamento, con los rayos de tu ciencia tan vasta como profunda y con el esplendor de tus talentos trajiste a los hombres de buena voluntad la verdad a la que serviste siempre y por encima de todo. Primer apologista de tu tiempo y aún de tiempos posteriores te ganaste, por tu vigorosa defensa del dogma católico la admiración y la atención de todos los verdaderos servidores de Cristo“. Ruega por nosotros que aprobamos los honores que Roma te ha tributado. Las necesidades de nuestra época son muy semejantes a los de la tuya: el amor de novedades seduce también a muchas almas y el racionalismo, hijo del protestantismo ha hecho disminuir las verdades entre nosotros. Apoya nuestra oración que pide a Dios en la colecta de la Misa un amor mayor de la verdad y el retorno de los descarriados a la unidad de la Iglesia. Pastor celoso, obtén para la Iglesia sacerdotes y obispos que “abrasados como tú por el fuego de la caridad se gasten sin cesar por el bien de las almas y cuyos consejos y ejemplos les hagan correr con el corazón dilatado por el camino de los preceptos divinos“.

Enseña también a todos los fieles a estimar por encima de todo las verdades católicas del catecismo. Que este librito, por la perfección del cual tanto trabajaste, nos dé no sólo la ciencia necesaria para la salvación, sino que además nos introduzca en el camino de la perfección, siguiendo las huellas de ese humilde hermano converso, el Venerable Mariano de Rocca Casale, que supo beber su maravillosa sabiduría en su regla franciscana y en este tu pequeño manual, Enséñanos sobre todo la práctica de los dos primeros mandamientos en los cuales se resume toda la ley. El amor de Dios dominó toda tu vida y la dió su armonía y grandeza. Dios permita que conservemos siempre como tú, fija la mirada de nuestro corazón en Jesús crucificado y no veamos sino a Él en la persona de nuestros hermanos. Inspíranos también los sentimientos de ternura que tú tenías para con la Virgen Inmaculada cuyo honor defendiste contra los herejes.

Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
El Cardenal Belarmino usó de todo su poder para propagar el culto de la Inmaculada y preparar la definición del Santo Oficio, en presencia del Soberano Pontífice, el 3l de agosto de l6l7, habló así: A mi parecer, se puede definir que la doctrina según la cual la Santísima Virgen María fue concebida sin pecado debe ser aceptada por todos los fieles como piadosa y santa, de tal suerte que ya no sea lícito sostener ni adoptar el sentimiento contrario sin temeridad ni escándalo, y sin ser sospechoso de herejía. A las objeciones que se le hicieron, respondió, sin retractar nada de lo dicho, pero precisando aún más su pensamiento: “Si no se quiere llegar ahora a una definición formal, cuando menos habría que imponer a todos los eclesiásticos, seculares y regulares, el precepto de recitar el Oficio de la Inmaculada Concepción, conforme al rito de la Iglesia. De esta manera se llegaría a lo mismo sin definición” (Bourassé, Summa aurea de laudibus, B.V.M., t. X).

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