FIESTA DEL CORAZON INMACULADO DE MARIA

LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN INMACULADO

La devoción al Corazón Inmaculado de María es tan antigua como el cristianismo. El Espíritu Santo nos lo enseñó por San Lucas, el evangelista de la infancia del Salvador: “María guardaba todas estas palabras, y las meditaba en su Corazón… Y la Madre de Jesús guardaba todas estas cosas en su corazón”. Tal es el origen de esta devoción que, andando el tiempo, excitaría a los fieles a dar a María el honor y el amor que se la deben. Las perfecciones de éste Corazón las han cantado los mayores Doctores de la Iglesia: San Ambrosio, San Agustín, San Juan Crisóstomo, San León, San Bernardo, San Buenaventura, San Bernardino de Sena, las dos grandes monjas Santa Gertrudis y Santa Mectildis… pero en el siglo XVII, San Juan Eudes, “padre, doctor y apóstol del culto del Sagrado Corazón”, antes lo fué del purísimo Corazón de María, y del dominio de la piedad privada, lo introdujo en la Liturgia católica.

OBJETO DE ESTA DEVOCIÓN

El objeto de esta devoción él mismo nos lo ha dicho: “En el corazón santísimo de la predilecta Madre de Dios, pretendemos y deseamos sobre todo reverenciar y honrar la facultad y capacidad de amor, tanto natural como sobrenatural, que existe en esa Madre de amor y que ella empleó toda en amar a Dios y al prójimo. La palabra corazón significa el corazón material y corporal que llevamos en nuestro pecho, órgano y símbolo del amor; también se toma por la memoria y por el entendimiento, con el cual hacemos la medi sino también para ser nuestro corazón, de modo que, siendo miembros de Jesús e hijos de María no tengamos más que un corazón con nuestra Cabeza y nuestra divina Madre y que hagamos todas nuestras acciones con el Corazón de Jesús y de María”.

Y ¡cómo pueden los hombres, al darse más! y más cuenta de lo que deben a su Madre, no creerse obligados a mostrarla su agradecimiento y su amor! Si Nuestra Señora nos dió su Corazón, ¿no es justo que nosotros la demos el nuestro para que ella le purifique, le santifique y en: él establezca el reino de Dios y se le entregue a Jesús, y que se le demos por una consagración completa y perfecta de nosotros mismos, como aconsejan los Santos y especialmente San Griñón de Monfort?

CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO

Pero, si la consagración de un alma individual a María, la acarrea las más grandes gracias, ¿qué frutos deberemos esperar de una consagración de todo el género humano hecha por el Sumo Pontífice? La Virgen misma se dignó anunciar que esto la agradaría. Y, por eso, el 8 de diciembre de 1942, Su Santidad Pío XII, respondiendo con júbilo al deseo de Nuestra Señora de Fátima, lleno de confianza en la mediación universal de la Reina de la Paz, consagró solemnemente al género humano al Inmaculado Corazón de María. Todas las naciones católicas se unieron al supremo Pastor.

fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

El Corazón Sapiencial e Inmaculado de María

El Prof. Plinio Correa de Oliveira así nos presenta la sabiduría de la Santísima Virgen: ¿Qué viene a ser la sapiencia del Corazón de María?
La sabiduría, como virtud de la inteligencia, nos hace ver todas las cosas por sus aspectos más elevados, aquellos por donde ellas más se asemejan a Dios Nuestro Señor, ser absoluto, infinito, perfecto y eterno, que jamás podrá sufrir ninguna alteración.
Considerando así el universo, la mente humana adquiere una admirable unidad y una extraordinaria coherencia: nada de contradicción, de dilaceración o de duda, sino certeza, fe, convicción, firmeza desde los más altos principios hasta las menores cosas.
Esta es la fisionomía moral del varón verdaderamente católico: coherente en todo, porque todo en él proviene de las más altas reflexiones del espíritu, esto es, de aquellas que se anclan en Dios Nuestro Señor. Como virtud de la voluntad, la sabiduría es la disposición de seguir lo que la inteligencia conoce y nos indica, y, por tanto, de hacer inamovible y firmemente aquello que es nuestro deber.

Inteligencia soberanamente límpida y lúcida, porque llena de convicción de la existencia de Dios y de fe sobrenatural; inteligencia, porque límpida y lúcida, sumamente coherente; voluntad fuerte, firme, inamovible, constantemente dirigida al fin que ella debe tener en vista – esto nos revela el hombre sapiencial. Esta virtud de la sabiduría contiene, por tanto, todas las otras virtudes, y está puesta en el primer mandamiento de la Ley de Dios. Cuando el decálogo nos dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y todo tu entendimiento” (Dt. VI 5), él nos prescribe ser así.
Y tal es Nuestra Señora. El corazón de María Santísima (es decir, su alma) es soberanamente elevado, soberanamente grande, soberanamente serio, soberanamente profundo, porque es sapiencial. Ella es el vaso de elección en el cual posó el Espíritu Santo, para en él engendrar a Nuestro Señor Jesucristo. Y el único himno que conocemos como proferido por Nuestra Señora en su vida terrenal, es una verdadera maravilla de sabiduría: el Magníficat.
“Mi alma engrandece al Señor; y mi espíritu exulta en Dios mi Creador; porque consideró la humildad de su sierva, por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc. I, 47-48)
Cuánto es posible a una mente creada, Nuestra Señora midió, por su sabiduría, toda la grandeza de Dios, y en esto se alegró. Por otro lado, consideró su pequeñez, y entonces dijo: “Yo me alegro en Dios mi Salvador, porque Él miró para la bajeza de su esclava”. ¡Esto es un poema de Contra-Revolución! Es la esclava que se encanta de ser esclava, de ser pequeña, de ver cómo Dios es infinitamente superior a Ella, y del fondo de su nada glorifica al Señor.

Es el pequeño que reconoce, con agrado, su posición. El esclavo no tiene derechos, y está colocado abajo de la condición común de los hombres. Pues bien, Nuestra Señora se proclama esclava de Nuestro Señor Jesucristo, precursora de todos los esclavos que Ella tendría a lo largo de los siglos. Y fue sobre la humildad de esta criatura esclava que satisfizo al Señor poner los ojos, y por eso Ella exulta: porque la grandeza amó la pequeñez.

Esto es profundamente contra-revolucionario. He aquí la verdadera humildad que ama su lugar inferior, adorando la grandeza que la eleva. He aquí el Sapiencial e Inmaculado Corazón de María.

(Plinio Corrêa de Oliveira, Conferencia el 21/8/1968)

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